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YO VÍ A BALTASAR

Colocar la primera página del calendario de un nuevo año era comenzar la cuenta atrás para la sorpresa del día de Reyes. Ese mismo día se estrechaba el tiempo al ponerse en marcha otra cuenta atrás: la de la vuelta al cole. La ilusión mudaba en cruda realidad.

Una de aquellas noches de víspera de Reyes, ví a Baltasar en persona en mi casa. No sé qué edad podría tener yo, pero no tuve duda de que era él, vestido exactamente como correspondía a su tradicional imagen.

Mis hijos me lo han oído decir cuando eran más pequeños, “siendo yo niño, una noche de Reyes me desperté a media noche y por la puerta entreabierta de mi habitación vi cómo cruzaba el pasillo el Rey Baltasar vestido con su túnica, corona y algo no muy grande en las manos. Del susto me subí las sábanas hasta casi los ojos”. No se lo contaba para apuntalar su convicción de que los Reyes eran realmente magos y entraban en las casas de manera misteriosa el día 5 de enero para dejar regalos. No. Es que era verdad que yo le ví. Yo lo conté en su momento y lo cierto es que nadie me lo discutió. En mi recuerdo está catalogado como algo real, cosa que no me ha pasado con los sueños. El recuerdo de esa secuencia se desvanece en un agujero negro en el que la veracidad al cien por cien queda suspendida.

Sé que mis hijos ya hace tiempo habrán dejado de creer en aquello, pero ninguno ha dicho nunca una palabra al respecto, nadie quiere dejar del todo ser pequeño. “Cosas de niños”, pensarán ahora que van traspasando la raya hacia el frío mundo de los adultos.

Yo ví a Baltasar con los ojos de aquella edad, con la ilusión de creer en la sencilla pero indiscutible verdad de las cosas imposibles. Con la ingenua certeza de que lo que crees, es lo que es. O viceversa.